VIEJO BALÓN DE FÚTBOL
En el país más grande del mundo,
aunque en honor a la verdad es uno de los más pequeños, mínima república donde
viven millones de hombres a quienes si les preguntaran viéndolos fijamente a
los ojos: cuál es el país más grande del
mundo, responderían: ¡El nuestro!
Ahí, en ese territorio bendito y añorado por los que se marchan
a naciones lejanas, justo después de las doce de la noche, cuando el misterio y
lo imposible pueden suceder, aconteció el increíble hecho que vuelve valiosísimo
este relato…
Para realizar grandes acontecimientos se comienza por lo sencillo,
y todos debían acudir al llamado de esa voz que rebota dentro de su interior,
ese aire de hermandad que los une entrañablemente, cuadro a cuadro, como sus
costuras en una sola cosa, porque no hay mal que dure cien años ni cuerpo
redondo que lo resista.
De uno en uno prepararon el camino a seguir, de uno en uno salieron
sabrá Dios de qué casas, de qué hogares, de qué rincones cercanos o remotos.
Ninguna mirada de luz de luna asomaba y el ruido dormía la paz
de los inocentes, escondiéndose entre las sombras y pegaditos a las paredes,
avanzaban, avanzaban…
Era conveniente evitar los ojos fisgones y los ladridos
chismosos de los perros. El discernir humano mientras esté cobijado y descansando,
nunca preguntara hacia donde lleva la ruta que trazan, calle tras calle, los
convocados.
Quién iba a imaginar que se reunirían en uno de los templos más
amados, el Estadio Nacional… ¡Y a
semejante hora!
El mismísimo lugar emblema, en el cual desde fechas memorables, porque todo tiempo pasado
fue mejor, durante dos lapsos de cuarenta y cinco minutos continuos cada uno, en decenas de miles de partidos y cientos de
campeonatos, en disputas vibrantes que ponen los nervios de punta, envidia de
verlos correr y pararse sobre la verde grama, denominada terreno de juego por
los periodistas deportivos y cancha por el vulgo…
Exactamente ahí donde las hurras y la admiración de los
aficionados, elevan a la categoría de semidioses a los más destacados de los
veintidós protagonistas: esos benditos futbolistas que han humillado a patadas,
barridas, despejes, furibundos remates, cabezazos
y escupidas a cualquier esférico que se enorgullezca de llamarse pelota.
Sintiéndose el indicado y animado por su popularidad en las
mejores ligas federadas, desde su vistosa redondez color amarillo y sus
contrastantes bandas negras muy hermosas, habló el engreído Milán:
-Que dé un saltito quien no esté de acuerdo en que lo sigan
maltratando con esa clase de entradas, o apretándolo contra el piso con la
suela del calzado…
Lógicamente todos elevaron su más enérgico rebote en apoyo a la
propuesta y como prueba de que ya no deseaban seguir siendo el hazmerreír de
aquellos adoradores del gane y los goles, seres uniformados que únicamente
saben enfrentarse a sus adversarios haciendo regates, gambetas, malabares y puntapiés, probando puntería desde corta, media o larga distancia, cual si
portaran un cañón en cada bota, pero que jamás sabrán el sentir y pensar del
valor que posee el empirismo, sobre todo cuando sé es un balón de fútbol, sus golpes,
penas y sufrimientos en este valle de fanatismos, triunfos y derrotas…
Acercándose, avanzando y moviendo con tremendos esfuerzos su deformada
figura, antaño circunferencia; aquel balón
de cuero gastado, viejo entre los viejos, casi sin aire, desahuciado, y quien sabe de qué fabrica porque tenía la
etiqueta borrosa; convertido irremediablemente en una grotesca pelota pasado de
moda e inservible para nada.
-Yo creo que en sus mejores tiempos fue una sintética…
-Qué desteñidos y desfasados sus cuadruchos blancos y negros-Fùchila!-le
miro con desdén otro balón de esos que hablan mucho porque tienen poco de haber
salido de una tienda de deportes…
¡Ya no estás para estos trotes, abuelo cacarico!
Desfallezco-dijo el señalado por las críticas-, pero si volviera
a nacer me gustaría repetir lo que fui…
Primero, forjé sueños que se hicieron realidad en los pies
descalzos de un niño, sudando a mares por jugar sólo conmigo, qué lindo sentir
su emoción aunque me dejara con tierra
la cara; qué delicia aquella cuando me llevaba bajo su brazo hacia el potrero o
la escuela, yo era su mejor compañero y juntos nos encaminábamos a la victoria,
al empate o a la derrota, porque al dirimir fuerzas, nadie conoce el futuro, el
resultado es impredecible, quién de ustedes no ha sido testigo que no siempre gana
el que juega mejor…
Qué no daría por regresar a mis momentos más espectaculares,
cuando el árbitro sonaba el silbato y comenzaba lo bueno, volar en una volea y
volver a sentir el aire en los pulmones; nunca los he tenido, pero qué grato
respirar la emoción, los bullicios, los aplausos, los gritos, y la felicidad, aunque
dura poco porque siempre fue efímera…
Cada uno de nosotros ha logrado que los muchachos pobres ganen
por lo menos una vez en la vida, hacemos que los hombres toquen casi el cielo,
y a los ancianos los regresamos a sus
días de gloria en el fútbol, porque recordar es volver a vivir…
Nos han recelado y recelan millones de mujeres, por nosotros se
acuerdan de los famosos, de los inmortales, somos los apodos y los apellidos inolvidables: Tentación Ramírez, Cariota
Barraza, el káiser Jovel, Tabudo Méndez, Pipo Rodríguez, Araña Magaña, Pulpo
Fernández, Chachama Quinteros, Garrobita Pineda, Pecho de mono González, El
Ruso Quintanilla, Gallo Beltrán, Ceteco Turcios, Pindonga Rodríguez, Cachirulo
Espinoza, Paloma Dunda Escobar, Mágico González, Pájaro Huezo, Imacasa Recinos,
Chelona Rodríguez, Grillo Solís, Papo Castro Borja, Jorge Patascutas, Pitufo
Pacheco, Avión Casadei, Cisco Díaz…
Nos dicen con la mejor sinceridad que puede hablar una voz a lo
que de verdad se quiere: balón, la sintética, la redonda, esférico, la de
cuero, la de cuadritos, la gallina, dámela que te la doy, ponéle atole, con
chanfle el roce pués. “No golpee a la niña, acaríciela”, como decían los
grandes mediocampistas como Flamenco Cabezas o el pechuga Villalta.
Si no hubiéramos estado ahí no se cumplirían las profecías escritas
página por pagina en el libro del planeta balompié, ni esos asombrosos lances,
esas finas jugadas: palomita, taquito, chilena, triciclo, bicicleta, pase de
tres dedos, cambio de juego, bájela con el pecho, culebra macheteada, que al
rato se nos muere; nosotros hacemos posible esas maravillosas faenas, ustedes
la afición, las disfrutan: gol olímpico, tiro libre encima de la barrera
humana, triple o doble pared, tendalada de zagueros tirados haciéndole
reverencia a papá pelota.
No existieran los campeones nacionales, ni los arqueros menos
vencidos, ni los reyes de goleo…
Si ustedes niegan su naturaleza, si desistimos de nuestra
misión, habrá más guerras de las que ha habido, más asesinatos, más
delincuentes; nosotros cumplimos una gran tarea social, hacemos mucho más que
los políticos y que el mismísimo presidente de la república…
Somos estrellas anónimos porque aparecemos en la televisión, pero
en segundo plano, y en la radio, quién de ustedes negara que comentan chuladas
de nosotros, salimos en las primeras páginas de los diarios todos los lunes o
la siguiente mañana después del juego, y sin pagar ni un solo centavo de dólar…
Ahí en los álbumes de muchas familias somos esa sonrisa en los
rostros porque tenemos la capacidad de darles satisfacciones, los graduamos de
contentos y de orgullo sano, puro; nos estiman y valoran, y eso que solo somos
una cosa redonda que rueda inflada de sentimiento…
Nunca nadie va a decir el balón campeón goleador, el balón menos
goleado, el balón más valioso del juego, o que el mejor gol o el más hermoso lo
anotó uno de nosotros; los aplausos no son directamente nuestros, pero en el
fondo son para nosotros, porque hemos dado siempre el corazón en el propio
desenlace del minuto más crucial…
Sí nos trataran como nosotros queremos, entonces no seríamos
nada, desapareceríamos; qué importa ser juguetes del destino o el triunfo platónico
de un cipote imaginándose los laureles de la victoria en sus sienes…
No sean desagradecidos con los niños, ni con los hombres… ¡por
último háganlo por ustedes! En las redes
de cada portería, el clamor del gol se oye solamente una vez, luego escapa por
los orificios, pero en nosotros queda para siempre… ¿O acaso las lágrimas
derramadas por los goles no nos han puesto un corazón?
Nadie de todos los balones dijo nada, ni volverían a ponerse en
rebelión o a protestar; habían perdido
la magia de hablar porque las palabras verdaderas e indiscutibles del viejo
balón de cuero les habían calado hondo, dejándolos mudos para siempre…
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