martes, 29 de enero de 2013



EL TIEMPO
herbertvargas

I

Huye de mi futuro ¡oh triste tiempo! Te enfrento
No me importa si te escondés
Pues no deseo encontrarte
A quién le importa si corrés
Pues no quiero alcanzarte
No me interesa sumarte
Jamás busqué restarte
Y qué decir de tus síncopes
Y tu medición inalcanzable
¡Ah triste tiempo!
Tránsito yugo y difuso
Te veré reducido, a vos, ¡adverbio inconcluso!
…en la escaramuza de los momentos
En el sintagma falaz
Pensarte, me prepara.


II
El tiempo monta en un susurro de la noche
Donde se va y nunca vuelve
Y deja estela y nos envuelve
Deja la bruma y cría huestes


El tiempo deja su suspiro de discordia
Deja sus dudas, deja bromas
Y nos deja sus secuaces
Son sus amigos, sus disfraces
Son  el silencio y  la nostalgia
Son la premura, holgura, audacia


En el hollín de los inciensos
¡El dictador!








Recordando el 22 de enero de 1932
El chucho

Herbert Vargas

La bestia escupió ira,
creyó que éramos piel, danzas y cuentos,
su ladrido suntuoso salpicó de codicia,
creyó que éramos carne, huesos, hebras del tiempo,
borracha de fuero fue dueña del robo,
trémula cólera de infinitos huecos.
El animal creyó éramos ritos al viento,
su miedo al fragor de tierras y fuego
esculpió su terror, viendo su reflejo
y en su cruz cinceló su sosiego ejidal
Y el can se aprendió sus fracasados versos
Pero prevalecen la estrella, el cielo y el volcán,
la tierra, maíz y el suelo,
y el ojo de agua y el quetzal
Y ahí sigue el venado, el color y refajos
Y ahí están los huipiles y el maquilishuat
Y ahí sigue la sangre sembrando mañanas
Porque somos todo, así no más
El chucho, recita sus páginas


.. y muerde su cola mirando al azar


miércoles, 16 de enero de 2013









16 de enero de 1992. Así lo recuerdo.

Por Hv


Eran días de adolescencia. Convulsa adolescencia. Jugaba un buen mascón en la penúltima noche de 1991, entre los ripios y baches de los pasajes de una de las colonias más antiguas de San Salvador. Las grandes jugadas, desarrolladas en el reducido espacio físico pero inmenso en nuestro imaginario pueril, nos llevaban –como a casi todo infante hijo de trabajadores en el hemisferio- a imaginar apoteósicas anotaciones, emulando quizá al “Papo” Castro Borja, a la “muerte” Estrada Cuerno, “Mágico” Gonzáles, al chileno Raúl Toro Basáez o las hazañas locales e internacionales del todopoderoso Luis Angel Firpo, equipo al que nunca he sido aficionado, pero que fue el mejor de aquellos días.

Algún vecino-jugador, había cumplido el imperativo de su madre de ir a cenar antes de seguir jugando, tiempo en el que alcanzó a escuchar de sus padres que en las noticias habían dicho que “firmaron la Paz”. El comentario llegó al imaginario campo de juego y se tomó con la seriedad con la que un niño toma las cuestiones políticas del momento. “Si om…demole puee”, (traducción: ¡Sigamos jugando mejor!).

El desdén a la noticia, quizá se explica a razón que nuestras cortas vidas hasta entonces se desarrollaron entre los toques de queda, las acciones militares de los comandos urbanos de las fuerzas guerrilleras y los constantes cateos a nuestras casas por parte  de la Guardia Nacional provenientes del cuartel de la Primera Brigada de Infantería incrustada astuta y cobardemente en medio de una colonia residencial. Los bombazos y metrallas se confundían en el estruendo de los petardos, cuetes, morteros y silbadores al finalizar cada año.  Así fuimos sorprendidos por la ofensiva guerrillera de noviembre de 1989. ¡Jugando fútbol! No fue sino hasta los bombardeos aéreos indiscriminados contra las colonias de Mejicanos, Zacamil, Soyapango entre otras donde habitaban familiares y amigos, que siendo niños supimos con certeza que se trataba del arribo del conflicto a la ciudad capital, porque lo que supimos de la guerra, lo supimos por los muertos que encontrábamos en las calles, por las interminables oraciones en las escuelas y colegios pidiendo por la paz que nos acompañaron desde que obtuvimos uso de razón, por las sesgadas cadenas nacionales de radio y televisión del COPREFA (Comité de Prensa de la Fuerza Armada), por los panfletos de propaganda de la Fuerza Armada que caían del cielo y dejaban bajo las puertas de nuestras casas, y muy poco por la sintonía proscrita de la señal de Radio Venceremos y los cassettes de música prohibida de entonces (Guaraguau, Inti Illimani, Silvio Rodríguez, entre otros).

Desde que tengo uso de razón escuché noticias en radio todas las noches gracias a mi padre, en una vieja radio cassetera portátil marca “Coroner”, y de ahí mi adicción a ellas.  Y gracias a mi madre me pregunté siempre el por qué de las cosas. Así me interesé en la realidad. Como en vacaciones no había nada mejor que el fútbol, pero no era posible jugarlo todo el día, el resto del tiempo leía, los periódicos y las enciclopedias que mi padre con gran esfuerzo compraba a pagos. Entre los amigos de la calle nadie hablaba sobre el conflicto, nadie tomaba parte. En el colegio tampoco. Mas tarde entendí que eso respondía a que en un país tan pequeño,”nunca sabés quién te ve o escucha”. Mas tarde también entendí las instrucciones precisas de mi madre sobre qué responder si me preguntan a tal o cual cosa y a quiénes.

La noticia de la firma de los acuerdos llegó asÍ no más el último día de 1991, sin pena ni gloria. Sin expectativas. Como la noticia de cada ronda del diálogo negociación.

El 16 de enero

Ese día amaneció festivo. Nublado y caluroso, pero festivo. Un ambiente de optimismo, alegre. Todas las personas hablaban de la “paz”. Todos los vecinos: la tortillera, Don Jaime de la tienda de la esquina, los rescatistas de la Brigada de Rescate Internacional en la otra esquina, y mis padres. Se anunció la transmisión en cadena del evento desde Ciudad de México. El presentador de noticias de entonces, Ernesto Rivas, iba a conducir y narrar la transmisión.
Aquel fue de los pocos momentos que mi familia se reunió toda a ver la televisión -el único aparato de la casa que pudo lograrlo-
. Así almorzamos, juntos, y ya no recuerdo qué. Un momento memorable de la transmisión fue cuando  Alfredo Félix Cristiani Burkard, entonces de 41 años de edad, rompe el protocolo para abrazar a la Comandancia General del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN. (Con esa rimbombancia recuerdo cada vez que se mencionaba en casa “La comandancia”) para sellar el pacto con un beso a su joven esposa pero de cabello completamente blanco Margarita de Cristiani.

Al caer la tarde, mis padres me autorizaron a ir con unos amigos –más grandes que yo- a la celebración a la Plaza Cívica.  Nunca me lo dijeron, pero creo que querían que viera ese acontecimiento histórico. Tomando la ruta de buses 20 se llega fácil desde la casa donde crecí al centro capitalino. Caminamos. Yo disfrutaba aquello. Mi piel se erizaba como lo hace mientras escribo esto. Vi pañoletas rojas por doquier. Mantas. Gente muy delgada, hombres con barba y bigotes abrazándose por todos lados. (En aquellos días usar barba era razón suficiente para desaparecer. Tan solo unos meses antes, un estudiante del Instituto Ricaldone había sido asesinado por la Guardia Nacional tan solo por llevar un libro de un autor con barba). Consignas y música que hasta aquel momento no escuchaba sin la ansiedad de lo proscrito. Y caras conocidas en aquella multitudinaria reunión.

Una marcha de antorchas cruzaba las calles aledañas a Plaza Cívica. Las llamas eran aquellos que no alcanzaron ver el acontecimiento. Nos acercamos a Plaza Libertad – a unos metros de Plaza Cívica- donde afectos al partido ARENA celebraban a su manera. Ahí, gente blanca, de buen vestir. Zarcos, nariz respingada, ondeando banderas tricolores. Del “ángel de la libertad”, descendían hileras de banderitas tricolores. No quisimos quedarnos ahí, solo quisimos ver, constatar lo que no éramos. A fin de cuentas era un acontecimiento histórico de”reconciliación”.Volvimos sin demora a Plaza Cívica.  Una gigantesca cara a luz y sombra de Farabundo Martí descendía sobre la fachada de la desvencijada catedral metropolitana. El imponente rostro, se rodeaba de infinidad de pequeñas mantas, con igual cantidad de siglas y consignas. En Palacio Nacional, otras mantas sustituyeron los vitrales. Sobresalía una grande con las letras FMLN. El conglomerado en espera ansiosa del arribo de la “Comandancia General”.  Mas tarde, las luces intermitentes de un avión se asomaban en el horizonte. Nuestra experiencia infantil nos decía que no se trataba ni de un fuga magíster, ni un A37 Dragón Fly, menos de un helicóptero. El zumbido era distinto y el tamaño también.    A nadie llamó la atención hasta que comenzó a volar bajo y dio vueltas sobre el centro capitalino. En la multitud se escuchó:” ¡Ahí viene la comandancia! ,¡Ahí viene la comandancia! En su bajo vuelo, se alcanzó a ver el iluminado interior y el logo de TACA.  Jamás olvidaré eso. Años después supe de un piloto militar que los protocolos de seguridad para un vuelo de pasajeros sugieren que una maniobra de ese tipo no puede realizarse por su alto riesgo. Supongo que al piloto de la aeronave le superó el momento histórico que vivíamos los salvadoreños. A fin de cuentas- quizá pensó el piloto- es una vez que pasan este tipo de cosas.

Así transcurrió la celebración de los llamados “Acuerdos de Paz”, aquel 16 de enero de 1992. Así la recuerdo. En julio de ese año ocurrió el eclipse total de sol y en septiembre vi por última vez a mi madre. Mi madre pudo ver esos acontecimientos, pero nos falto tiempo para ahondar en los rincones de su pensamiento político.

A 21 años del suceso, la vida me permitió el privilegio de estrechar las manos de algunos de los firmantes de los acuerdos y otros que detrás los hicieron posibles y compartir espacios políticos con ellos/as. Y me permitió el aún más grande privilegio de estrechar las manos  y rendir homenaje cada vez que puedo a quienes empuñaron fusil e hicieron lo que de sus competencias y habilidades correspondía para acudir al momento, pelear por la libertad, la democracia y la justicia, dieron lo único y más valioso que tenían –sus vidas- aún a costa de sangre, tortura y dejar lejos a sus familias, todo para que yo pudiera humildemente escribir esto y empujar lo que hace falta para conseguir un mundo mejor al que nos dejaron.