viernes, 6 de febrero de 2015

Así en la tierra, como en el cielo

Herbert Vargas (*) | Miércoles, 04 Febrero 2015
Romero le pertenece a los pobres de la tierra. A los hombres y mujeres de buena voluntad.
No soy católico ni volveré a serlo jamás. No profeso ni profesaré religión alguna. Eso no añade ni quita un ápice mi capacidad de tener fe en lo que queda de humanidad en el mundo y en las cosas que mi limitado ser aún no alcanza a comprender.
La tarde del 3 de febrero de 2015, los templos católicos en El Salvador repicaron sus campanas en señal de júbilo por el anuncio hecho por el vaticano en ocasión de la próxima beatificación de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, asesinado por los escuadrones de la muerte el 24 de marzo de 1980. 
Esta ocasión me parece propicia para recordar que en 1979 Óscar viajó al vaticano, con la finalidad de exponer ante el sumo pontífice las atrocidades de la dictadura militar contra el pueblo inocente y contra el clero católico. En aquel entonces Karol Józef Wojtyła, llamado Papa Juan Pablo II, no recibió a Romero. Pero el arzobispo insistió hasta encontrar al jerarca del catolicismo mientras hacía fila para verle como cualquier otro feligrés. Durante el breve encuentro Romero le expuso la grave situación del país, a lo que el considerado vicario de Cristo reprochó: “no exagere señor arzobispo (…) ¡ustedes deben entenderse con el gobierno!, ¡un buen cristiano no crea problemas a la autoridad! ¡La Iglesia quiere paz y armonía!"
Romero no es ejemplo por permanecer en el sitial de lo divino, de lo inalcanzable. Romero es quien es porque mostró cómo vivir con humanidad. A pesar de su filiación clerical las acciones de Romero no trazan distancia entre lo divino y lo terrenal, contrario a eso nos acerca a nuestra condición humana, esa en la que se nos permite sentir, errar, que alberga contradicciones y que permite al individuo evolucionar y actuar por sus semejantes.
Quienes ahora celebran la próxima beatificación de Romero, deberán honrarle siguiendo el ideario del mártir y empujar por la dignidad y justicia en esta tierra, que como canta el grupo Yolocama Ita: “vio pasar al profeta”. Una parte fundamental de ese ideario es el perdón. Quienes honran a Romero deberán comenzar por algo muy difícil, perdonar a sus asesinos, sin renunciar jamás a perseguir la justicia para las víctimas de la sinrazón. Y para lograr el perdón hay que conocer, comprender para luego perdonar.
Los asesinos de Romero andan libres, por ahí, en esta tierra, cargando sus propias cruces. También las ideas de los asesinos de Romero andan por ahí, y hay que enfrentarlas así en la tierra como en el cielo.
La idea de Romero le pertenece a los/as pobres de la tierra, a los hombres y mujeres de buena voluntad y aunque el reconocimiento al sacrificio de este hombre por parte de una institución desvencijada que intenta seguir legitimándose está de sobra, la noticia es alentadora, como alentadoras fueron las palabras y acciones de este ser, que envuelto en sus humanas contradicciones, fue un luchador por la justicia en la tierra

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