Cuando el baile y el canto callaron al intolerante opresor.
Para ver a un nacionalista emputado, ponele la verdad en el culo.
Herbert Vargas
La intolerancia recorre nuestras calles, como en cualquier calle del mundo capitalista, provisto por la sempiterna desigualdad. En la aldea capitalina salvadoreña, susurra el conservadurismo, que proscribe todo canto a la libertad, a la verdadera libertad. Y es que en una noche de juerga, la urbe ofrece disímiles opciones. Los amigos y amigas en la juerga semanal. Las risas, el baile y el canto.La evasión semanal del aburrimiento y de un “estado de cosas” injusto. La imaginación a la calle, claro, según los presupuestos.
En alguna de esas noches, la mapachada, mis compañeros/as de viaje, unos pocos, tomamos posesión de un antro cuyos administradores son nóveles en la cuestión de aventurarse a invertir en medio de la incuestionable crisis económica. El bar, un sábado por la noche, totalmente desierto, exceptunado una mesa en el rincón cuyos comensales departían sin mayor novedad. La mapachada, de extrañas apariencias, exaltados luego de la caminata nocturna, se toman la maquina de sonido y destierran de ese ambiente a la aburrida oferta comercial en la musica del bar, sustituyéndola por “villancicos de libertad”.El reggae y el ska fueron la alternativa que desató las voces y animó los esqueletos de los bichos y bichas, “trenzudos y trenzudas”, ánimas combatientes contra la aburrición.
Algo no andaba bien. Por lo menos en las mentes de los comensales del rincón, quienes, hasta ese momento y desde unas horas antes eran consumidores cuasi exclusivos del bar…y su música. En medio de la alegría, una seca voz desde esa mesa irrumpió la atmósfera en dirección nuestra: ¡Presente por la patria!,se escuchó. Atónitos, la muchachada viéndose entre si sus rojizos y cirstalinos ojos, frente a la evidente provocación, no hubo mas opción que cantar a todo pulmón el tema que sonaba – por cierto una muy famosa canción tributo a los obreros en ritmo ska- y sacarle todo el virote al piso del bar bailando el buen ska.
Puños en alto, al son del estribillo, coreábamos ¡resistencia!. Sin mas, a fuerza de baile y canto -poseídos por brebajes espirituosos o en nombre de todos los obreros del mundo no sabré precisar- ante la provocación y evidente malestar de los comensales “alimonados” por la alegría en la revolución. Quizá, ese sujeto, es portador de la percepción que la cuestión de subvertir el estado de las cosas es menester de viejos, y aviejados y amargados come niños mata vacas piricuacos y terengos. Morenos y campesinos. Con huipiles y refajos. Ignotas bestias que, para empezar, no tienen derecho a divertirse en esos lugares ni deberían estar perdiendo el tiempo ni “complicándose la vida” y que deberían estar pensando en las buenas costumbres, en la moral y cívica cristiana, bajo la disciplina de la patria, de su patria, no deberían estar pensando, ni mucho menos eso: pensando . A lo mejor tan solo invadimos su espacio. Quizá, para ese individuo, que quiso callar la alegría de los jóvenes al son de su consigna nacionalista, neoliberalismo y nacionalismo no han de ser una contradicción en sí mismos, si se lo explicaron, no sabré jamás. Ni sabré jamás si a ese individuo le explicaron porqué el capitalismo, el imperialismo, el facismo, el nacionalismo, el neoliberalismo, el militarismo, el dogma y el arenato carecen de emblemas, de pensadores, de poetas, de músicos, de pintores, de teatreros, de videastas, de cineastas, de escultores y demás formas de arte y cultura; que carecen de monumentos a la verdad y la justicia, que carecen de las premisas básicas de la democracia, que carecen, desde sus orígenes, de ideas que no hayan sido impuestas por la fuerza, que no conocen la irreverencia –misma a la que ellos/as también tienen derecho- que no conocen que de la irreverencia y del error provienen los desarrollos, que a ellos/as mismos les han vedado el derecho a subvertir cosas, a levantarse con voz y pensamiento propio. Que carecen de orgullo por los buenos y malos momentos de la historia de los de su clase. Ojala que no le lo hayan explicado, porque si se lo explicaron y lo han obviado, entonces ello explicaría el estado de frustración que provocó esa hostilidad contra la música y baile libertarios al no poder arrojar las cadenas mentales que arrastra su psiquis, condenándolo al banal, superfluo y aburrido mundo de los gregarios de lo establecido.
Con la sonrisa de la enormidad del sol (mejor del tamaño de la luna para que quede bien el presente) salimos del lugar justo después de los comensales, pagando la cuenta y abandonando el recinto sin heredar mas nada que esos momentos. A los comensales “republicanos y nacionalistas” no les satisfizo el incidente y luego de abordar sus vehículos, circundaron las calles aledañas en actitud intimidatoria. La muchachada, armados de alegría se percataron del interés de los comensales nacionalistas por acompañar –en sus vehículos- nuestra caminata al siguiente bar de la noche. Al encontrarnos cerca, y con ese tipo de fortuna que solo abraza a los plebeyos en el asfalto, desde el vehículo se escuchó un nuevo grito: ¡Malditos izquierdistas!
Seguimos nuestro camino, esta vez con la sonrisa más grande que la anterior. Una victoria de la paz, del baile, del canto, de revolución, una pequeña victoria de la alegría sobre la intolerancia y la opresión.
Dedicado a la mapachada.
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